Blaveros y fascistas

Blaveros y fascistas

La hoja de ruta está clara: señalar como problema al valencianismo no violento sólo porque no acepta el discurso dels ‘països’
La tumba del fascismo. Ése era el lema de la manifestación antifascista convocada para ayer en Valencia: ‘Construïm els pasos catalans antifeixistes’ o ‘València será la tomba del feixisme’. Y lo defendían grupos venidos de Cataluña, como Arran y la CUP, en un ejercicio de paternalismo reivindicativo según el cual los valencianos no somos capaces, por nosotros mismos, de luchar contra el fascismo. Vivimos aún en una inexpresiva minoría de edad que nos impide asumir las riendas de nuestro destino. Así, han de venir de fuera quienes nos enseñen a ser políticamente adultos, socialmente activos y cívicamente responsables de ‘expulsar’ de las calles a los fachas intolerantes. La manifestación resultaba engañosa porque buscaba presentarse como alternativa progresista ante el extremismo violento de la ultraderecha que el año pasado marcó la fiesta con porrazos y agresiones pero, en realidad, tenía un corazón nada transversal ni tolerante. Ni Arran ni la CUP son grupos moderados y dialogantes dispuestos a acoger bajo su manto a los valencianos que se sienten antifascistas como el que más, que rechazan saludos al sol y águilas en las banderas, pero también se sienten orgullosos de cantar el himno que compuso el maestro Serrano ofreciendo nuevas glorias a España. Esos no estaban invitados a la reivindicación del ‘No pasarán’ por una razón muy simple: el discurso de los convocantes los incluye entre aquellos que no deben tomar las calles. Entre los fachas.

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Es una alegría saber que nuestros hermanos a la par que vecinos nos tienen en tan grande estima como para no dejarnos solos frente a los fascistas, pero su actitud no es la del apoyo solidario sino la de la tutela maternal hacia el crío que no distingue el bien del mal. Si fuera un intento sincero de luchar contra una extrema derecha que crece alarmantemente en nuestras sociedades y a la que deberíamos hacer frente todos, los ultras no tendrían que ser cercados por la policía. Sería la sociedad entera la que les haría el vacío por sus posturas excluyentes, violentas y decimonónicas. El problema es que nos venden eso cuando en realidad incluyen entre quienes forman ‘el enemigo’ a un buen porcentaje de valencianos pacíficos pero discrepantes, ajenos por completo a los ultras que revientan días de fiesta, cabezas y convivencias pacíficas, pero también a grupos de extrema izquierda que pretenden hacer lo mismo con un marchamo de respetabilidad. La hoja de ruta está clara: señalar como problema al valencianismo no violento solo porque no acepta el discurso ‘dels països’. Marcados entre los ‘fascistas’, su ‘exterminio’ social es un deber de los valencianos más progres. Y la peor noticia es que eso consiga crispar sus nervios logrando la profecía autocumplida. La injusta etiqueta del no violento puede provocar en él justo la reacción que justifique esa etiqueta. Ése es el mayor riesgo. Ganar la calle y no la razón

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