EL MUSEO DE BBAA NO TIENE QUIEN LO CUIDE

EL MUSEO DE BBAA NO TIENE QUIEN LO CUIDE

Había comenzado a escribir algo sobre la década de los ochenta, unos años en los que, a pesar de las muchas carencias de toda clase, existía un sentimiento positivo, lleno de confianza, que se tradujo en una efervescente escena creativa, apoyada por un interés coleccionista. Habrá que dejarlo para otra ocasión. Unos controvertidos hechos relacionados con el Museo de Bellas Artes de Valencia, de los que se ha tenido público conocimiento esta semana a través de los medios, aunque yo ya conocía desde hace más de diez días, me han obligado a posponer el artículo. No voy a entrar específicamente en un asunto ya que ha sido publicado y por tanto poco tengo que añadir; además, porque no deja de ser una gota más. Y digo una gota más porque me temo que no será esta la que rebase el vaso y, por tanto, se convierta en ese hecho traumático que provoca que una situación bastante triste cambie definitivamente para bien.

Hace tres domingos recomendaba una excelente exposición que se encuentra actualmente en las salas temporales del Museo de Bellas Artes. Una muestra destinada a recuperar a tres artistas valencianos olvidados: Vicent, Adsuara y Peresejo. Es fácil que los medios se hagan eco de las cosas cuando se hacen bien. Pero volviendo al turbulento presente, lo que realmente me crea desazón no es el hecho de que el museo se vaya a nutrir de tres trabajadores sin la cualificación para ocupar las plazas a cubrir (dos de conservador, ocupadas en su día por profesionales como José Gómez Frechina como conservador de pintura y Adela Espinós de dibujo, y una de restaurador, de Manuel Marzal), como publicó Las Provincias. Quiero imaginar que a quien, por ejemplo, va a ocupar la plaza del anterior restaurador no se le permitirá blandir un hisopo para limpiar o de agarrar un pincel para reintegrar una pintura, si no tiene la preparación propia de un restaurador. Es más no creo que ni él mismo se atreva y, finalmente, se le destinará a otros menesteres. Lo que me entristece realmente es que, tras estos ingresos, que a priori no es una mala noticia, en el museo la situación será la misma que ya se prolonga en el tiempo demasiados años: ausencia de conservadores (una anomalía que quizás no tenga igual en ningún museo de este nivel en Europa) y un departamento de restauración que carece los medios humanos que se suponen para un museo de este nivel. Piensen además que el museo acaba de adquirir una importante colección de dibujo- la Martí Esteve- antiguo a lo que hay que sumar su importante catálogo almacenado que ya posee, y una cuestión que no todo el mundo conoce: la importantísima donación que realizó Pere María Orts contemplaba en su condicionado la existencia de un conservador/a dedicado exclusivamente a la colección. La condición no se está cumpliendo.

Por si fuera poco, ACRE, la Asociación de Conservadores-Restauradores de España, que en los últimos tiempos viene incrementando significativamente su presencia en los medios, reivindicando a través de la denuncia de precisamente prácticas de intrusismo y desgraciadas intervenciones de aficionados internacionalmente conocidas sobre bienes del patrimonio español, ha emitido esta misma semana una nota de prensa en relación a este asunto. A día de hoy, todos los conservadores y restauradores de este país, a través de su asociación, tienen conocimiento, no precisamente de una buena noticia protagonizada por el museo valenciano, sino de una práctica cuando menos irregular en unos momentos especialmente reivindicativos por parte de estos profesionales en España. Le podemos llamar publicidad negativa, y no hace más que ahondar en la herida.

Este texto no es una agria crítica a quienes conducen esa nave en el complicado día a día con unos medios humanos ridículos. Me consta que su director José Ignacio Casar Pinazo y la gente que allí trabaja hacen lo que buenamente pueden. Todos tenemos nuestra opinión sobre nueva, y errática, disposición actual de la colección, el ingreso de obra con una atribución cuando menos opinable, sobre las oportunidades para adquirir obra en el mercado que se han dejado escapar etc. Son cuestiones más o menos coyunturales. Lo que me apena es el estado general de las cosas y una deriva que todavía no vislumbra un futuro esperanzador. Es posible que la institución le venga grande a quien actualmente rige sus destinos, no por falta de trabajo, sino por falta de capacidad de influir en quienes tienen que tomar decisiones en Valencia al ser la gestión de titularidad autonómica y en Madrid, al tratarse de un museo estatal. A las pruebas me remito.

Casualmente la mañana del lunes una cadena de radio nacional entrevistaba a Miguel Zugaza en calidad de director del Museo de Bellas Artes de Bilbao, hablando de las futuras exposiciones, de las actuales, de los patrocinios. Lo escuchaba con envidia porque me gustaría que esa entrevista se la hicieran al director de mi museo. Si comparamos el Bellas Artes de Valencia con otros centros poseedores colecciones más humildes parece, la nuestra, una institución anclada todavía en las postrimerías del siglo XX en lo que respecta a cuestiones tan esenciales hoy en día como la comunicación y la imagen. No parece existir un departamento dedicado a estos menesteres. Sólo hay que entrar en la web de unos y otro y comparar. La tienda, un espacio que los centros culturales cuidan cada vez más y que fue abierta, de nuevo, en 2014 tuvo que cerrar el año pasado por falta de rentabilidad del negocio. Eso sí, hay que decir que el perfil de facebook es últimamente bastante activo e interesante. Hablemos de cifras: El Museo de Bellas Artes de Bilbao tuvo en 2017 cerca de 300.000 visitas mientras que el de Valencia estuvo cerca de las 140.000. Un museo el primero más modesto en una ciudad que tiene menos de la mitad de habitantes que la nuestra. Por no hablar del museo de Bellas Artes de Sevilla que fue visitado en 2017 por 335.000, algo menos del triple, aunque en este caso se celebraba el año Murillo. Algo sucede, sin duda, pero poco cambia.

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Hace unos días un amigo que es asiduo visitante, y que ocupa un cargo relevante en una institución cultural con sede en esta ciudad, visitó el museo. Me contaba que en la entrada al preguntarle en taquilla sobre el distrito postal de donde venía, la persona encargada le hizo un comentario relativo a que ese día a penas había ido nadie de la ciudad de Valencia. No tengo datos en la mano, pero mi percepción de que el número de visitas se mueve en el terreno de lo modesto gracias al visitante foráneo y los centros educativos, pero sin estos dos grupos la cosa sería para preocuparse seriamente. Para un museo como el nuestro las cifras no pueden moverse en el terreno que va de lo escaso entre semana y lo digno en un día festivo.

Cuántas veces he tenido que escuchar a gente sacando pecho, mientras lanzaba loas sobre un espacio apenas conocido por él y presumiendo de ser la segunda pinacoteca de España, (lo cual hoy por hoy es una afirmación que dista mucho de ser cierta). Lo cierto es que en la sociedad valenciana se percibe en la actualidad un evidente distanciamiento con su museo histórico frente a otros espacios culturales de arte contemporáneo privados y públicos (IVAM, Bombas Gens) o musicales (Palau de la Música, Les Arts) de la ciudad. Lo veo en mi entorno, sobretodo el de perfil más joven. Lo que no sé en este caso si ha sido antes el huevo o la gallina: desconozco si esa falta de identificación se ha trasladado a quienes rigen sus destinos dejando de sentir la presión de la ciudadanía con las nefastas consecuencias, o ha sido al contrario: una situación escasamente estimulante en el museo y tan dilatada en el tiempo, ha hecho mella en la ciudad, o mejor dicho, ha dejado de hacer mella y la deriva del antiguo San Pío V ya no preocupa, salvo a cuatro raros. Nunca el Museo de Bellas Artes ha provocado la movilización ciudadana comparable a, por ejemplo, un caso reciente como el del antiguo cine Metropol.

La clase política, en nuestro asunto, suele también hacer mutis por el foro. Tanto quienes gobiernan como quienes tienen el mandato de hacer oposición (este último caso, algo que me sorprende enormemente). No es objeto de ocupación para unos, ni de preocupación para otros. Es significativo, y descriptivo del estado de las cosas que en la lista de reivindicaciones a tratar por el conseller del ramo en la capital de España con el ministro de cultura, no había ni una línea, ni hubo apenas un minuto, para tratar la situación de nuestros dos museos (en este caso añado el Museo Nacional de Cerámica, en una situación también para reflexionar, y mucho), su deseable autonomía, su financiación, sus ampliaciones. Bien es cierto que no me sorprende cuando prácticamente no se ha dejado caer por el edificio desde que se inició su mandato. Habría mucho de lo que hablar pero quiero aferrarme a un clavo ardiendo, y se me ocurre que no sería mucho pedir que aquellos órganos o instituciones que velan por el patrimonio y la cultura entre los que se encuentran el Consell Valencià de Cultura o como la Universitat de Valéncia manifestaran su preocupación y se pronunciaran, siempre con ánimo constructivo, ofreciéndose arrimar el hombro y apoyar una institución museística, patrimonio de todos, esencial para nuestra ciudad, para nuestra historia.

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