La agenda secreta del nacionalismo

La agenda secreta del nacionalismo

Trata de construir una identidad ‘valenciana’ copiando el modelo catalán y utiliza todos los medios que la Administración pública pone a su alcance | Educación, cultura, fiestas, funcionarios o vía pública, nada escapa a una ideología que ha creado un relato basado en el victimismo.

 

Campamento de verano en un pueblo de la comarca de la Safor. Escolares procedentes de un colegio de línea en valenciano. Un niño le cuenta a su monitora un incidente que acaba de ocurrir con un compañero: «…eixe noi m’ha dit…», ante lo cual ella le interrumpe y le corrige: «No es diu noi, es diu xiquet. En valencià, xiquet, noi és en català». Pero el chavalín -once años- no se arredra y contesta con la convicción del que sabe bien de lo que habla: «català i valencià és el mateix».

No es más que una anécdota, una de tantas incidencias que se registran cada día en lo que desde el Estatuto de 1982 se conoce como Comunidad Valenciana y que ilustra bien a las claras una realidad cada vez más palpable en muchas ciudades y especialmente en aquellos pueblos que se han visto sometidos a una inmersión lingüística en toda regla. No en vano, son ya más de treinta y cinco años desde que el Parlamento valenciano (Les Corts Valencianes) aprobaron tal vez el texto legal de mayor calado y trascendencia de toda la historia de la autonomía, la Llei d’ús i ensenyament del valencià. La identificación que el niño hace entre valenciano y catalán no es más que el resultado de una labor meticulosa y concienzuda, de años de adoctrinamiento en las aulas a partir de unos manuales que juegan interesadamente al equívoco y de un colectivo de maestros en el que un sindicato de corte nacionalista, el Stepv (Sindicat de Treballadors del Ensenyament del Pais Valencià), obtiene más del 50% de representación en las elecciones sindicales, una cifra que está muy por encima de lo que su ideología logra en unos comicios generales o autonómicos.

 

Las sentencias de los tribunales han impedido la inmersión ‘a la catalana’.

 

Lo que ha imperado en estos años en muchos municipios, donde al haber un único colegio y estar en zona valencianoparlante se ha impuesto la línea en valenciano, es lo que el nacionalismo -es decir, Compromís- querría implantar en todo lo que ellos llaman el Pais Valencià. Enseñanza en «la nostra llengua» mientras el castellano queda como una asignatura más, al nivel de las matemáticas. Su modelo lingüístico es, qué duda cabe, el catalán, aunque la oposición de asociaciones de padres y las resoluciones de los tribunales han impedido la generalización de su sistema a través de los decretos del conseller Marzà, conocido antes de acceder al departamento de Educación por sus simpatías abiertamente catalanistas y soberanistas.

Lo de «la nostra llengua» ya merece un punto y aparte. Quienes utilizan este eufemismo son los mismos que defienden la teoría de que el valenciano y el catalán son la misma lengua, que el valenciano no es más que una variedad dialectal de un idioma que trajo el rey Jaime I en el siglo XIII y los repobladores catalanes que le siguieron. No había aquí una lengua preexistente que se fue adaptando y enriqueciendo con las aportaciones foráneas, todo fue creado ex novo. Entonces, ¿por qué el castellano es una lengua impuesta por los ‘invasores’ castellanos y el valenciano/catalán es, sin embargo, «la nostra llengua»?

 

Se subvenciona el catalanismo y se asfixia a quienes niegan la unidad de la lengua.

 

Poquito a poco, gota a gota, el nacionalismo va haciendo camino, incluso contra los pronunciamientos de los tribunales. En doscientos colegios de la Comunidad, por ejemplo, no se da ni una hora en castellano en la etapa de Infantil, según una denuncia del grupo parlamentario de Ciudadanos. Al parecer, los centros se han acogido a un programa experimental que permite impartir un 90% de las asignaturas en valenciano y el 10% restante en inglés. He aquí el paraíso nacionalista, adiós al castellano, el español, la lengua del Imperio, de los malvados invasores castellanos.

Lo que se intenta imponer en la escuela y va calando en las nuevas generaciones -como el niño que utiliza la forma catalana ‘noi’- tiene luego seguimiento en las universidades públicas, donde todo son facilidades para la formación de grupos en valenciano, haya o no demanda. Muchos departamentos se convierten en correas de transmisión de este pensamiento único del valencianismo catalanizado que cuenta con generosas aportaciones de la Administración pública para sus programas culturales y de formación.

 

Las placas de las calles o los anuncios de la EMT, sólo en el valenciano ‘normalitzat’.

 

En los pasillos de algunas facultades es habitual toparse con lazos amarillos en los tablones de anuncios, abundan los actos y conferencias de un sesgo ideológico muy determinado y, al igual que ocurre con los profesores en la escuela pública, las asociaciones de alumnos de izquierda nacionalista obtienen tradicionalmente un amplio respaldo en unas urnas en las que apenas participa entre un 10 y un 20% del censo. En clase, casi nadie se atreve a llevar la contra a esta corriente, a distinguirse, a levantar la mano para decir «no estoy de acuerdo». Impera la ley del silencio, la del miedo.

 

Cultura monocolor.

La cultura en valenciano se escribe desde hace muchos años casi exclusivamente en el formato normalizado, estándar o catalanizado, que promueve el nacionalismo de Compromís y que encuentra, ahora sí, en la Academia Valenciana de la Llengua su más fiel aliado. Compuesta mayoritariamente por elementos afines y con presencia de personajes tan poco dudosos para la causa como el presidente de Acció Cultural del Pais Valencià (brazo mediático-cultural del catalanismo en Valencia), Joan Francesc Mira, la AVL -invento de Pujol, impuesto a José María Aznar y aceptado por Zaplana- ha dejado de ser un problema para convertirse en un pesebre bajo el paraguas del omnipresente pensamiento único.

 

En la universidad impera la ley del silencio, nadie se atreve a llevar la contra.

 

Con una radiotelevisión pública entregada y con las entidades defensoras de lo que el pensamiento único llama secesionismo lingüístico (es decir, el valenciano como lengua diferenciada del catalán), Lo Rat Penat y la Real Academia de Cultura Valenciana, asfixiadas económicamente, sin subvenciones públicas que llegan cada semana a Acció Cultural, El Micalet, Escola Valenciana o la Fundació Nexe, el nacionalismo se va quitando caretas, disimulando cada vez menos. Hace unas semanas, el IVAM enviaba una nota de prensa en la que usaba con descaro la forma catalana ‘avui’, totalmente inusual en un valenciano de la calle que emplea ‘hui’. Las concesiones al valenciano coloquial, que durante años funcionaron en la desaparecida Canal 9, van dejando paso al catalán puro y duro. El de ‘noi’.

Ni las Fallas escapan ya de la ambición totalizadora de un nacionalismo que como todas las ideologías tiene algo de religión y quiere llegar a todos los rincones. Los típicos llibrets de falla también tienen que estar escritos en ‘normalitzat’ si quieren acceder a las ayudas públicas.

En la vía pública.

 

Los tentáculos de esta doctrina se van extendiendo poco a poco en todos los ámbitos políticos, sociales y culturales. También en la vía pública. Las marquesinas de la EMT, por ejemplo, ya tienen sus letreros sólo en valenciano, pese al carácter bilingüe de la Comunidad que consagra el Estatuto y la notable presencia de inmigrantes hispanoamericanos en Valencia que no entienden la lengua autóctona. Los carteles de las calles se han ido cambiando como si no hubiera otras prioridades y en todos ellos ya sólo figura ‘carrer’, no ‘calle’. Ya no existe la calle de la Sangre sino el carrer de la Sang. Y hasta algunos topónimos castellanos son traducidos al valenciano en el callejero. Los mismos que claman y exigen respeto a los castellanohablantes que no utilizan las formas valencianas o las catalanas, gallegas o vascas (hay que decir Girona, Lleida, A Coruña…), se permiten traducir a las lenguas regionales los nombres de ciudades o pueblos castellanos.

 

La hoja de ruta es ‘fer país’, como hizo Pujol durante décadas para construir una identidad.

 

Tampoco nadie se puede sorprender a estas alturas. Mientras los aniversarios de escritores valencianos en lengua castellana y con prestigio nacional e incluso internacional, como Azorín o Blasco Ibáñez, pasaron casi inadvertidos por el escaso entusiasmo de las autoridades culturales, las referencias a autores menores o a ensayistas tan dudosos y superados como Joan Fuster (del que Sergio del Molino -‘La España vacía’ y ‘Lugares fuera de sitio’- ha dicho lo siguiente: «El nacionalismo de Fuster es etnicista y segregador y bebe de los pozos más racistas de la doctrina») son constantes en los discursos de unos políticos que sólo tienen en cuenta el hecho de que escriban en su valenciano.

El mayor desafío a la variedad, la integración y cabría decir que al sentido común que en este apartado se ha cometido se produjo cuando el tripartito de izquierdas, populistas y nacionalistas (PSPV, València en Comú y Compromís) que gobierna la ciudad de Valencia decidió cambiar el nombre de la ciudad y valencianizarlo, València, con acento abierto (otra concesión más a la catalanización), pasando una vez más por encima de la voluntad plural del Estatuto de autonomía y su apuesta por el bilingüismo.

En la vía pública aparece una vez más la pretensión de copiar el modelo catalán. Todo en «la nostra llengua», señales, carteles, indicadores, y hasta, algún día, si pueden, los rótulos de los pequeños comercios, utilizando para ello la política de subvenciones que mana generosamente desde la Generalitat y el Ayuntamiento.

La construcción de un relato.

 

Si la educación está férreamente controlada, la cultura apesebrada y la vía pública se va adaptando a la nueva realidad, hay un elemento más que es esencial para ‘fer pais’, la vía valenciana del «som una nació» que se puso en marcha en Cataluña a principios de los ochenta del siglo XX y que concluyó con un «som república»: se necesita un relato, una buena historia, una narración épica que enganche a los valencianos y, a la vez, legitime las actuaciones emprendidas desde el poder público. Lo primero, una historia a ser posible de sufrimiento y ocupación. El Reino de Valencia habría sido anexionado, ocupado, sojuzgado, reprimido y asimilado a la cultura castellana, aniquilando una cultura y una lengua propias. ¿Cuándo? En la guerra de sucesión (siglo XVIII), que los soberanistas catalanes han reconvertido en ‘de secesión’, una transformación que a los nacionalistas valencianos les encaja a la perfección, no hay más que ver el fervor con el que celebran el 25 de abril (una derrota) en lugar del 9 de octubre (una victoria).

Felipe V, el rey borbón, continúa el relato nacionalista, arrebató a Valencia sus Fueros, els Furs (un conjunto de privilegios de clase y de estamentos propio de la Edad Media e imposible de mantener en una economía moderna). Y lo hizo tras la batalla de Almansa en la que las tropas valencianas lucharon por el archiduque Carlos (en realidad, en esa batalla apenas hubo presencia valenciana).

 

El «Madrid no nos quiere» es un elemento clave para distanciarse del proyecto español.

 

La homogeneización castellana infringió una nueva afrenta a los valencianos en 1833, con la división provincial de Javier de Burgos. Esta parte del relato fantástico tiene escaso eco tanto en Castellón como en Alicante, territorios con un fuerte sentimiento provincial, por más que se les intente imponer una nueva estructura comarcal, pero el nacionalismo pasa por encima de los pequeños detalles que no convienen para mantener la tesis.

Finalmente, a lo largo del siglo XX los valencianos habríamos vivido bajo la permanente exclusión y discriminación de un «Madrid» que «no nos quiere», lo que se demuestra por la infrafinanciación valenciana y la falta de inversiones del Gobierno central en la Comunidad. Siguiendo al pie de la letra el modelo reivindicativo de Esquerra Republicana de Catalunya, Compromís reclamaba hace unos meses la gestión de las Cercanías de Renfe , haciendo ver que si el servicio dependiera de la Administración autonómica funcionaría mucho mejor. Tampoco cuenta el nacionalismo que todas las regiones se sienten discriminadas por el poder central, que todas tienen deudas pendientes, proyectos atascados o trenes que -como en el caso de Extremadura- unen sus capitales con Madrid con tiempos de viaje más propios del siglo XIX que de XXI.

Escolares y universitarios bien adoctrinados, intelectuales que cierran filas por la cuenta que les trae, una radiotelevisión pública fiel y un control exhaustivo de la vía pública. Sólo falta conseguir que el potente cuerpo de funcionarios hable, escriba y hasta piense en valenciano. El requisito lingüístico es otra de las piedras angulares del nacionalismo para extender su doctrina a todos los ámbitos de la sociedad.

Esta es la hoja de ruta del nacionalismo para «fer pais», primer paso para, algún día, reclamar un Estado propio. O adherirse a otro que para entonces ya se haya desgajado de España. Pujol necesitó dos décadas y la posterior colaboración suicida del PSC para conseguir que el catalanismo político derivara en independentismo. En Valencia, el nacionalismo llegó a las instituciones en mayo de 2015, todavía es pronto y tal vez no tenga tiempo para alcanzar su objetivo, pero es conveniente saber a lo que aspira cada uno, a dónde pretender llegar, para luego, cuando ya sea tarde, no llamarse a engaño.

 

Artículo de Paco Salazar, Las Provincias, 24/01/2019.

Puedes visitar el artículo en Las Provincias clicando aquí.

Compartir...
Share on Facebook
Facebook
Tweet about this on Twitter
Twitter