Durante mi juventud, hace ya bastantes años, la palabra hostia se empleaba únicamente para referirse a la oblea redonda que era repartida por el celebrante a los fieles, convertida en el Cuerpo de Jesús, tras la consagración en la Santa Misa.
Dicha palabra, malísimamente sonante, solamente se oía empleada como blasfemia habitual de muchísima gente, cuando se trataba de “interjeccionar” alguna expresión que necesitaba de su participación para aumentar el significado de la misma, o en el momento de referirse a alguna bofetada o puñetazo recibido o dado por el que la empleaba, o también con referencia a algún tercero que lo había recibido.
El caso es que, aparte de lo reseñado, dicha expresión, fea y obscena donde las haya, cuando se escuchaba, en un noventa y nueve por ciento era utilizada por miembros del sexo masculino, y sólo el uno restante, por el femenino, y cuando esto último sucedía, las miradas de los presentes-oyentes, se entrecruzaban, opinando sin palabras sobre la pésima educación de las “miembras” autoras de tamaña acción, como también lo era por parte de los hombres, pero esto se toleraba debido a los pensamientos existentes en aquella época, acertados o no, que esto sería motivo de otro debate.
Pero hoy, en nuestros tiempos, la palabreja en cuestión es oída a todas horas, en todos los lugares, e incluso en muchachas jóvenes que, al decirla, se sienten muy modernas, muy actuales, hasta me atrevería a decir que “muy varoniles”,
Pese a su constante lucha por el feminismo, y que no dudo que les sirva para presumir de haber conseguido en un porcentaje altísimo su igualdad con el sexo llamado fuerte. (¿Lo somos en realidad?)
El lector se estará preguntando el porqué del encabezamiento de mi artículo. Pues bien, voy a aclarárselo rápidamente.
No hace mucho, me encontraba en un bar, tomando una cerveza, cuando dos jovencitas (tendrían sobre los dieciséis o diecisiete años de edad), en el corto espacio de tiempo que tarda uno en tomarse la cerveza, dirían entre ambas más de quince veces la palabra en cuestión. Y un servidor, educado bajo otros parámetros, de los que nunca me arrepentí ni lo haré jamás, no pude contenerme y les recriminé su vocabulario, a lo que una de ellas me dijo:
-No te preocupes, tío, que nosotras lo decimos sin hache. No es ninguna blasfemia.
Ambas se pusieron a reír. Mientras tanto, recapacité y pensé que tal vez tuvieran razón porque no es lo mismo decir Hostia que Ostia.
Desde aquel día pienso mucho en lo que me sucedió, y me he dado perfectamente cuenta de que hoy los jóvenes emplean el “sin hache” a todas horas, lo cuál me hace preguntar para mis adentros si no habremos perdido el tiempo gastándonos unos dineros en busca de una educación que en la mayoría de ellos destaca por su no presencia habitual.
Quizá el futuro de este país esté encaminado a ser gobernado por muchos “sin hache”, como parece ser que el horizonte y el presente nos hace ver. Y no me refiero sólo a nivel de nuestra tierra, sino a esa otra que antiguamente se llamaba Hispania (Con hache) y que posteriormente se denominó España (Sin hache), en la que privan, cada vez más, y según las pruebas muchos “Sin hache” en la actualidad.
Vivir para ver.
Secretario de Cultura
Rafael Meliá Castelló